La neurociencia ya puede predecir el comportamiento. Pero ¿debe hacerlo?

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Leer la mente es tal vez la aplicación más futurista, y más estremecedora, de las técnicas de neuroimagen que están ahora mismo en rápido desarrollo. Pero hay otra que puede ser más útil a corto plazo: la predicción del comportamiento. Los neurocientíficos ya están en condiciones de utilizar una serie de medidas de la funcionalidad cerebral (neuromarcadores) para vaticinar el futuro rendimiento educativo de un niño o de un adulto, sus aptitudes de aprendizaje y sus desempeños favoritos. También sus tendencias adictivas o delictivas, sus hábitos insalubres y su respuesta al tratamiento psicológico o farmacológico. El objetivo de los científicos no es llegar a la sociedad policial caricaturizada en Minority Report, sino personalizar las prácticas pedagógicas y clínicas para hacerlas mucho más eficaces y serviciales para la gente.

“Durante más de un siglo”, escriben en Neuron el neurocientífico John Gabrieli y sus colegas del MIT (Massachusetts Institute of Technology, en Boston), “comprender el cerebro humano ha dependido de daños neurológicos acaecidos de manera natural, o de las consecuencias imprevistas de la neurocirugía”. Gracias a ese tipo de casos, algunos muy famosos entre los neurólogos, se pudo determinar el papel esencial para el lenguaje que tiene el córtex prefrontal izquierdo (la célebre área de Broca), por ejemplo, o las áreas implicadas en el comportamiento social, la toma de decisiones o la construcción de nuevas memorias.

Pero esta cartografía de las funciones mentales ha experimentado una explosión en tiempos recientes con el advenimiento de las técnicas no invasivas de neuroimagen, que han descubierto en miles de experimentos las áreas –y asociaciones entre áreas— implicadas en la percepción, el conocimiento, el pensamiento moral, el comportamiento social o la toma de decisiones económicas. También las peculiaridades de la estructura y la función cerebral que subyacen a los trastornos psiquiátricos más comunes, y a la mera diversidad humana que se distribuye dentro de la horquilla ‘normal’ y depende de la edad, el sexo, la personalidad y la cultura. Y también de la genética.

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