La familia en el proceso de rehabilitación de una adicción

Familia y rehabilitación

Muchos enfermos llegan al proceso de rehabilitación empujados por sus familias: mujeres o maridos, hijos o hijas, hermanas o hermanos, padres o madres. Ellos son al mismo tiempo muchas veces la motivación al cambio. Llegan a un punto de inflexión en el que no les queda otro remedio que poner al enfermo entre la espada y la pared a base de ultimátums con amenazas de cortar la relación. Llegar a este extremo, que evidentemente, no tiene porqué sucederse siempre ni ser igual en todos los casos, viene derivado de no una sino muchas situaciones que hacen que la vida con esa persona empiece a ser ya insostenible.

La familia es el primer agente socializador del ser humano. Debe permitir el desarrollo biológico, psicológico y social del individuo, justo las tres vertientes en las que influye la enfermedad adictiva. Se trata además de la primera red de apoyo social puesto que contribuye a atenuar el impacto de los cambios y tensiones de la cotidianidad, según publica la Revista Española de Drogodependencias en su artículo ‘Publicaciones e investigación con enfoque familiar en la Revista Española de Drogodependencias (2002-2012)’ de Alejandro David González López. Según este artículo, “se hace evidente que el consumo irresponsable de drogas conspira contra la salud familiar, producto de vulnerar todas sus funciones como grupo primario de la sociedad”.

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Pero no solo la pareja del adicto sufre el problema de adicción, en muchas ocasiones los hijos son los grandes olvidados en el proceso de rehabilitación. “Cuando existe un problema con una persona adicta en el entorno familiar los hijos pasan a un segundo lugar. La problemática existente en el hogar hace que crezcan con carencias, ya que no tienen una estructura familiar tradicional en la que apoyarse”, argumenta Pérez.

Desde ASAYAR entienden que no se le puede tratar igual a un hijo pequeño que a uno que ya es adulto: “El sentido común nos dice que los hijos pequeños son mucho más vulnerables que los adultos y por eso en ASAYAR decidimos por coherencia que al igual que las parejas, familias tenían una intervención, los niños debían de tener otra. Pudimos comprobar que estos niños llegan con un grave problema de miedo al adicto, inseguridad, frustración, autoestima, desarraigo, falta de cariño y esto no se trataba normalmente de forma global en el propio proceso familiar, sino que se derivaban a unidades de salud mental que no actuaban conjuntamente con los procesos de rehabilitación”, explica Espartosa.

Las consecuencias de no tratar a los niños que han sufrido la adicción de sus padres, conllevará que con el paso del tiempo se agraven y arraiguen problemas de disciplina, conductas antisociales, consumos y adicciones, o trastornos depresivos, falta de motivación, etc.

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