7 pasos para conseguir la felicidad de un niño
Decía Herman Hesse que el que sabe amar es feliz. Y, sin duda, también lo es aquél a quien han amado. «Se nota perfectamente cuando un niño es feliz«, asegura la psicóloga Silvia Álava que acaba de presentar ‘Queremos hijos felices’ (J de J Editores y Actitud de Comunicación), un manual sobre «lo que nunca nos enseñaron» de la crianza de un niño desde que nace hasta que cumple los 6 años. ¿Por qué hasta esa edad? Como dijo en la presentación la conocida psicóloga María Jesús Álava Reyes (a la sazón, su tía), «a los 6 años ya está desarrollado el 80% de lo que va a ser un niño intelectualmente, es una etapa crucial e insustituible». «Y sirve», como aseguró la autora a Yo Dona, «para establecer las bases de los aprendizajes en donde se va a anclar el desarrollo futuro».
Para Álava, el problema actual no es otro que la falta de tiempo: «Ahora los padres cuentan con muchos manuales, están y se han preparado mucho profesionalmente, pero no tienen tiempo y esto hace que se olvide un poco el sentido común que es lo que se necesita, básicamente, para educar a un niño». Así que «lo que nunca nos han enseñado» sobre los niños no son más que pautas de sentido común.
- Cuando una voz interior nos dice «hay algo que no estoy haciendo bien porque me cuesta mucho que el niño obedezca», entonces existe un problema y lo que hay que hacer es muy sencillo: parar y observar. Observar qué hace el niño, quiénes estamos con él en ese momento, qué estamos haciendo y qué le decimos, porque lo que tú le estás contestando como adulto a lo mejor está reforzando su postura. Nos daremos cuenta de que los niños lo que reclaman el 99% del tiempo es atención, y hará lo posible para conseguirla.
- Otra de las consecuencias de la falta de tiempo es la sobreprotección. Un niño siempre va a preferir estar con sus padres y lo normal es que cuando no esté con ellos les eche de menos, pero lo que debemos evitar es que sea incapaz de quedarse con otras personas, cosa que se logrará fomentando los vínculos con abuelos, tíos o amigos cercanos y dejándole de vez en cuando con ellos.
- Evitar la frustración, que es la cara b de la sobreprotección, es uno de los grandes males de hoy en día: no le digamos nada al niño (ni siquiera que apague la televisión) no vaya a ser que se frustre. El resultado son niños que no aprenden el valor de la paciencia, que no tienen recursos ni habilidades, que son inseguros y probablemente más infelices porque carecen de la autodisciplina y la motivación para conseguir lo que quieren.
- Los niños aprenden con el ejemplo y el modelo de los padres es lo fundamental. Si absorben un ambiente en el que reina la ansiedad y la crispación, el niño será ansioso y estará crispado porque imitan todo lo que ven, para lo bueno y para lo malo. Pero en muchas ocasiones no gritar resulta difícil, ¿cómo conseguir evitarlo? Según Álava, «los niños son los campeones de la observación, si saben que cuando pegas el séptimo grito es el momento de tomarse la leche, esperarán hasta que lo des para hacerlo y hasta entonces han conseguido que estés pendiente de ellos, los niños saben que en cuanto se toman la leche, ya no les haces caso. Toca cambiar de pauta. Hablarlo la noche anterior es una buena estrategia: mañana, mientras te tomes la leche, estaré a tu lado».
- Algunos padres piensan que las normas anulan la personalidad del niño pero es un error de base porque, para asentar su personalidad, necesitan saber lo que pueden hacer o no y lo que está bien o mal. Poner límites no es vivir a toque de corneta ni en una dictadura militar, muy al contrario, los niños son pizarras en blanco y deben saber cosas tan básicas como que no se pega, no se hace daño, no se grita o no se ponen los zapatos encima de la mesa o del sillón.
- Uno de los grandes errores es hacer las cosas por los niños porque tenemos prisa: vestirles, darles la comida… Hay que entender que su ritmo es diferente y que, por lo tanto, necesitará al menos una hora en ese proceso. Son los padres los que deben ajustarse al horario del niño y no al contrario, lo lógico es acostarse pronto y levantarse antes para que el niño pueda hacer todo a su ritmo.
- No hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Si el niño falta al respeto lo mejor es no entrar en la provocación sino retirarse elegantemente y decirle «yo así no te hago caso». Cuando el adulto se va, es cuando el niño para y reflexiona.
Información recogida de El mundo.